Los milagros del padre Rubio
José Manuel Vela (Redacción DM)
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En la mesilla había una nueva imagen, era la imagen de la Virgen Milagrosa.
La joven quedo dormida, momento que aprovechó la madre para tomar el pulso y llamar al médico. El doctor quedo atónito ante la espectacular mejoría que había sufrido Lourdes no dando crédito a lo sucedido.
En otra ocasión, el sacerdote recibió la visita de una anciana para darle una dirección donde vivía un hombre el cual iba a morir. El padre Rubio se dirigió a dicho lugar con el fin de confesar al pobre individuo. Cuando subió los tres pisos hasta la casa, le abrió la puerta un señor que afirmaba que se trataba de una confusión pues él estaba en perfecto estado. El buen hombre le invitó a pasar, momento en que el cura observó un retrato de una mujer que había colgado en la pared reconociendo en él a la mujer que le había dado el aviso. ‘Eso es imposible, esa fotografía es de mi madre que en paz descanse, la confunde con otra señora’ ‘Ya que está usted aquí, confíeseme’
Al día siguiente lo encontraron muerto.
Ya después de muerto, el padre José María Rubio seguía respondiendo con sus milagros a las diferentes plegarías de sus más fieles seguidores. Estos milagros fueron utilizados para su beatificación y posterior santificación.
En 1937, María Dolores Torres, vecina de su pueblo natal, era diagnosticada de de cinco tumores en el útero, año y medio después fue operada. En 1944 le diagnosticaron un cáncer de mama severo que aún no le dolía pero según el doctor Alberto Berdejo corría peligro de muerte por lo que ordenó la hospitalización de María Dolores.
Tras conocer la noticia, su hermana Encarnación decidió comenzar una novena en honor del padre Rubio. Cuando Dolores viajaba en coche hacía el hospital sintió dolores en la zona del tumor. Al ser examinada por el doctor Serafín Torres, director y cirujano del hospital, este quedo sorprendido ya que no había ni rastro del tumor maligno al cual hacía referencia el historial clínico. En días y meses posteriores fue examinada nuevamente por otros médicos y peritos, como Luis López Yarto y Rafael González Úbeda, ambos coincidieron en que la curación no tenía explicación alguna.
En Marzo de 1953, la niña María Victoria Guzmán, de 2 años y medio, vecina de Aranjuez, fue trasladada a Madrid tras sufrir durante un mes fiebres altas, vómitos intensos, insomnio e inapetencia. El doctor Luis García Andrade observó más síntomas; cianosis en la cara y extremidades, disnea, tos y ligeros síntomas de deshidratación. En pocos días, el estado de la pequeña era tal que sus propios familiares comenzaron a hacer gestiones para el sepelio.
Una vecina, Pilar Sánchez, fue a visitar a María Victoria con una reliquia del padre Rubio, una estampa con un trozo de tela, pasaron la reliquia por la cabeza y pecho de la niña y rogó a los familiares allí presente que rezaran juntos al padre Rubio. En pocos minutos, nadie daba veracidad a lo que estaban viendo, la pequeña estaba totalmente consciente, alegre, con hambre y con muchas ganas de vivir.
El doctor García Andrade no tuvo palabras para explicar lo sucedido, tal fue su sorpresa que declaró que era un ‘milagro’. En la misma línea estuvo otro médico, don Juan Bosch Marín, pediatra y profesor de la Universidad Complutense y de la Real Academia de Medicina, no podía explicar tal recuperación con aquellos síntomas.
Otro opinión fue la del doctor Juan Torres Gost, director del Hospital Nacional de Enfermedades Infecciosas, dijo que debía de tener días, incluso semanas de recuperación de aquella enfermedad.
El 11 de diciembre de 1987, le diagnosticaron un cáncer de pulmón inoperable al padre José Luis Gómez-Muntán, le daban entre 3 y 8 meses de vida. Su superior, Santiago García Lomas, que tenia gran devoción al padre Rubio porque su padre había tenido una buena amistad con el cura, rezó y pidió que toda la comunidad rezase para que este intercediera ante Dios por José Luis.
Incluso ante la tumba del propio José María Rubio exclamó: ¡O me curas a Muntán o te saco el sepulcro a la calle!
En pocos días los resultados de las biopsias eran claros, no había rastro alguno de tumor.
El padre Rubio murió el 2 de Mayo de 1929, sentado en una butaca con los ojos puestos en el cielo. Se cuenta que en todo Madrid no se dejaba de repetir, ¡Ha muerto un santo!
Sus restos reposan en el templo del Sagrado Corazón y San Francisco de Borja en Madrid, concretamente en el claustro.
Para su canonización dieron fe 33 testigos oculares y se tuvieron en cuentan las 3 curaciones milagrosas contadas anteriormente.
El 4 de Mayo del 2003 fue canonizado en Madrid por Juan Pablo.
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